El ejemplo del Papa en poner remedio contra los abusos y la responsabilidad de los “potentes”

En el tradicional discurso de felicitación de la Navidad a sus más estrechos colaboradores de la Curia Romana, el Papa hizo referencia al Año sacerdotal y a la sorpresa que causaron precisamente en ese período las noticias de casos de abusos de menores cometidos por sacerdotes.

El Papa quiso destacar antes la grandeza del sacerdocio, recordando que es un don confiado por Cristo a los hombres, que reciben un “poder” para perdonar los pecados, consagrar y estar, con la fuerza del Señor, cerca de los que sufren.

Por eso se entiende que el pontífice manifestara una vez más su tristeza por los ministros sagrados que “bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le producen un daño para toda su vida”.

En este contexto, exhortó -con la valentía que le caracteriza al afrontar estos temas delicados- a hacer un examen de conciencia y preguntarse qué se puede hacer para reparar esas injusticias, descubrir qué había de equivocado en el anuncio propuesto por los pastores de almas y hacer penitencia.

Benedicto XVI quiso agradecer, por otra parte, a todos los que están comprometidos en ayudar a las víctimas y en restablecer su confianza en la Iglesia.

Sin embargo, no quiso cerrar el discurso –al que dedicó bastante espacio- sin poner de relieve que aun siendo conscientes de “la especial gravedad del pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad”, no se puede ocultar el contexto en el que se dan estos sucesos.

El Papa se estaba refiriendo a algo que es patente, pero que por desgracia es considerado cada vez más por la sociedad como algo normal: el mercado de la pornografía infantil y sus consecuencias nefastas, como la devastación psicológica de los niños, que acaban siendo considerados un producto del mercado. “Un terrible signo de los tiempos”, lo definió el pontífice, al igual que el problema de la droga, que se está extendiendo por todo el mundo y que en nombre de una falsa libertad acaba socavando al ser humano.

El ejemplo de Benedicto XVI, que trata de remediar las heridas con coraje y con realismo, debería ser seguido también por los “potentes” del mundo si de verdad quiere eliminar las plagas que afligen a tantas vidas inocentes.

Por Alfonso Bailly-Bailliére

 

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