El escultor de la Sagrada Familia: "La mayor alegría del artista es ofrecer a las personas una belleza que les lleve a Dios"

Etsuro Sotoo es el escultor japonés que trabaja desde 1978 en la Sagrada Familia de Barcelona. Autor de las esculturas de los ángeles músicos y los cantores de la fachada del Nacimiento, ha realizado la decoración de los ventanales y sus pináculos en forma de frutos, así como la restauración de las esculturas de la Puerta del Rosario. En una reciente visita al Santuario de Torreciudad explicaba que la mayor alegría del artista es ofrecer a las personas una belleza que les acerque a Dios y a Dios una belleza que le acerque a las personas.

Tras sus primeros pasos como escultor intentando dominar la piedra Etsuro Sotoo aprendió a "obedecer a la piedra". Comprendí que nunca consigues lo que pretendes si no conoces bien la materia con la que vas a trabajar”. Piensa que lo inteligente es obedecer a la realidad. “No puedes pretender ordenar el mundo y a las personas sin partir de la realidad, de la naturaleza. Hay que observarla con ojos de asombro y de respeto, como niños”, añade.

Llegó a Barcelona en 1978 y empezó a trabajar en la Sagrada Familia por casualidad. Para él Gaudí fue un genio al que quería ser fiel, pero a pesar de sus esfuerzos sólo llegaba hasta cierto punto. “Entonces me di cuenta de que no debía mirar a Gaudí, sino mirar hacia donde él miraba”. Y pone un ejemplo concreto: “todos los arquitectos luchan contra la gravedad, es su enemigo, pero Gaudí obedece a la naturaleza y a su fuerza, y por eso el templo parece que ‘tira’ hacia arriba. Eso es un claro reflejo de su fe”.

Tras 13 años como escultor en la Sagrada Familia, en 1991 se convirtió al catolicismo. “Desde joven buscaba la verdad, me preguntaba quién soy, por qué he nacido, qué tengo que hacer… Encontré las respuestas en la fe cristiana, y mi alma se rehizo en la escultura de la Sagrada Familia”. En su trabajo como escultor resulta clave esa profunda comprensión del proyecto del arquitecto catalán: “Gaudí no sólo construía el templo, sino que el templo le construía a él. Lo mismo he experimentado yo en estos años”.

Etsuro está convencido de que el arte no termina en el artista, sino que toda obra de creación cultural está viva, se completa con la contemplación del que la capta: “nace una nueva música en cada actuación, un nuevo libro en cada lectura, un nuevo cuadro en cada exposición, porque siempre cambia el público y el eco que se genera en su interior”.

Está de acuerdo con aquellos que dicen que un ángel descansa siempre en el hombro del artista cuando trabaja: “Entiendo a Joan Mayné, escultor del retablo de Torreciudad, cuando dice que no acaba de creerse que fuera capaz de hacer algo así. Algo divino nos inspira siempre, y por eso el arte no cansa y el consumo sí”. Cree que la mayor satisfacción del artista es poder decir ante su obra: “no he sido yo”, y que la mayor alegría es ofrecer a las personas una belleza que les acerque a Dios y a Dios una belleza que le acerque a las personas.

 

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