Adiós al último “mito” del periodismo eclesial, don Antonio Montero

Fallece a los 93 años el arzobispo emérito de la archidiócesis de Mérida-Badajoz

Mons. Antonio Montero, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz.
Mons. Antonio Montero, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz.

Los días 23 y 24 de abril de 2003 se celebró, en la Universidad san Pablo CEU, una Jornada dedicada a la prensa católica cuyo invitado estelar fue monseñor Antonio Montero, entonces arzobispo de Mérida-Badajoz.

Los organizadores, mi admirado Juan Cantavella y un servidor, pedimos a don Antonio que hiciera el esbozo de lo que podrían ser sus memorias de periodista, que indudablemente eran también las memorias de sacerdote periodista. 

Ayer, cuando recibí la noticia de su fallecimiento, (ha fallecido a los 93 años, os dejo la nota de la CEE) lo primero que pensé es si don Antonio, después de un intento fallido, llegó a cumplir ese deseo de escribir su autobiografía.

Mi último contacto con él fue precisamente una carta en la que me pedía un ejemplar del libro de la citada Jornada para tenerlo presente en ese trabajo.

Concilio Vaticano II en España

Por cierto, que entre las herencias que deja el último grande de esa generación de sacerdotes periodistas que hizo posible mucho más que el Concilio Vaticano II en España, están los cuadernos, a modo de diario, que don Lamberto de Echeverría escribió todas las noches durante años. Espero que lleguen a buen puerto para disfrute de la verdad de la historia. Y no se pierdan por el camino.

Esta tarde he vuelto a repasar ese testimonio de una vida entregada a la Iglesia y al periodismo, al apostolado de la pluma, como decía don Rufino Aldabalde, y praticaban sus queridos Javierre, Martín Descalzo, Casimiro, Lamberto, Joaquín Luis, Pérez Lozano…

Un mito 

Don Antonio, desde hace años, desde su retiro sevillano, no era solo el último grande de una generación que solo existía en él. Don Antonio Montero se había convertido en un “mito”. Un mito al que sólo recurrían algunos de sus hijos espirituales y periodísticos a título de inventario.

Si no fuera por lo extenso de ese escrito de don Antonio, merecería la pena reproducirlo aquí íntegro.

Comenzaba en “el Seminario de San Cecilio de Granada, donde inicié los estudios a los diez años, el 13, martes y con tormenta, de septiembre de 1938, recibí, curso tras curso, una formación, tan rica en lenguas clásicas y en humanidades, como pobre en matemáticas, ciencias naturales e idiomas modernos. A partir del segundo curso, textos y clases en latín y aprendizaje intenso del griego. Y acaso lo más formativo que se nos transmitió fue el ejercicio y el arte de redactar por escrito y expresarnos en público sobre nuestras vivencias de la actualidad o sobre otros temas a nuestro alcance. Practicábamos asiduamente la llamada «composición castellana», que el profesor corregía en sus fallos ortográficos, torpe sintaxis o vulgaridad del estilo literario”.

 

Hundimiento del diario Ya

Y concluía con un llanto y lamento por el diario Ya, el hundimiento del Ya, que no me resisto a dejar en el aire, incluso por la belleza del estilo:

“No creo exagerar si digo que ése fue el paso, a un tiempo más trascendental, doloroso y comprometido, dado por los obispos en un tema de tanta trascendencia para el catolicismo español. Fueron patéticas las sesiones de la Asamblea Plenaria con el fuego graneado de las diversas opciones que podían adoptarse al respecto, dándonos en todas ellas con una u otra pared. Yo argumenté hasta desgañitarme en pro de aquella medida, sabedor de dónde nos metíamos y dispuesto a agotar hasta el último cartucho antes de, como dije a los obispos con cierto dramatismo, enterrar por segunda vez a don Angel Herrera.

La cosa no salió. Y pasaron todavía bastantes años, estábamos en los primeros ochenta, a lo largo de los cuales se sucedieron, en hilera casi interminable, los equipos de gestión y los directores del periódico, en una historia enrevesada que se extendió a los mandatos presidenciales de don Elías Yanes y don Angel Suquía, hasta bien entrada la década de los noventa, y estando ya la Comisión de Medios bajo el sabio timón de don Juan Martí Alanís, Obispo de Urgel y Príncipe de Andorra.

Editorial Católica 

 Sobre el ocaso de la Editorial Católica se ha escrito mucho y mal a partir de su desaparición. También se ha maltratado a la Conferencia Episcopal, sin mucho conocimiento de causa, aunque tampoco nosotros nos hemos pasado de raya en dar cumplidas explicaciones. Se trata de un argumento que sigue a la espera de una o varias tesis doctorales, donde se analicen todos los elementos concurrentes en ese desenlace, buscando, con lucidez y sosiego, no tanto las culpas cuanto las causas del fenómeno”.

Entre medias de estos párrafos, la historia de Surco, Incunable, Estría, Ecclesia, la PPC originaria, Vida Nueva, Ya,  la Oficina de Información del Concilio, la COPE, y tantas y tanto periodismo, del bueno, del que quizá ya no exista, del que no parece que por aquí, ni por allí, alguien haya sabido recoger el testigo de esa generación de grandes, de gigantes, sobre los que algún día habrá que subirse a sus hombros. 

La noche del 23F

Resuenan en mi mente aún las palabras de don Antonio cuando un día me contaba aquella noche del 23 F, la del golpe de Estado de Tejero, cuando los obispos pidieron a gritos: ¡Que baje don Antonio, que baje don Antonio, a lidiar con los periodistas! Antes se había pasado la noche redactando un comunicado…

Miguel de Santiago, en otras de esas Jornadas, denominó a la generación de don Antonio Montero la generación de los santones, escritores de raza, en Salamanca, en Roma, en Madrid, en el mundo.

Dicen que las empresas familias se extinguen en la tercera generación. La Iglesia, y los medios de la Iglesia, son una gran familia. Esperemos que no sea verdad esa inquietante ley. Y que los medios de referencia de la Iglesia en España, que siguen siendo casi los mismos que sembró don Antonio y los suyos, perduren en el tiempo.

Don Antonio Montero ya no podrá seguir tomando el pulso a la historia del periodismo. Pero sí podrá echar una manita desde ese cielo cargado de periodistas, de cronistas de ese amor de Dios en Jesucristo que dura más que las páginas de un periódico.

Descanse en paz don Antonio Montero, sacerdote, obispo, periodista, hombre de fino humor, y sobre todo, mi “último mito” en esto del periodismo.  

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