ChatGPT: la inteligencia no es artificial

Chat GPT.
Chat GPT.

El ChatGPT ha encendido las alarmas en los centros educativos. Esta herramienta, lanzada por la empresa OpenAI el pasado noviembre, puede ser utilizada para programación, traducción de idiomas o redacción de textos de forma automática. También permite generar respuestas sobre casi cualquier tema, lo que la hace muy útil como chatbot para el servicio al cliente.

Sin embargo, los estudiantes han encontrado un aliado para elaborar sus trabajos sin cocinarlos o, directamente, para plagiarlos. De hecho, algunas instituciones en Estados Unidos y en Australia ya han prohibido que se implante en las aulas. 

Entiendo que estos escollos pueden reconducirse desde la propia compañía, incluso legislativamente. Pero hay riesgos que, siendo mayores, pasan desapercibidos. 

Uno es que este instrumento, como otros antes, puede llevar a perder competencias, propuestas paradójicamente como el summum de los procesos formativos en los últimos tiempos. Y esto es así porque se confunde técnica y tecnología. La técnica es la destreza del campesino, del artesano, del botánico, del artista. Y la tecnología es ciencia aplicada que produce aparatos útiles, imprescindibles muchas veces, pero que, en tantos casos, evitan el proceso arduo y necesario para adquirir esa destreza.

¿Quién se lanza hoy a hacer operaciones matemáticas sencillas sin calculadora? ¿Y a descifrar un mapa? Una cosa es que la tecnología facilite; bien distinto es que incapacite. Otro riesgo es que estas herramientas favorecen un modo impulsivo de relacionarse: se pulsan teclas y se obtienen resultados. El usuario pierde la paciencia del aprendizaje. 

También está la cuestión de la novedad y de la innovación, que no son en absoluto lo mismo. “La novedad en lo que respecta a los sujetos es nacer. O renacer. Cuando nace un nuevo ser humano, o cuando una persona experimenta un cambio interior, una conversión, entonces nos encontramos ante una novedad que atañe al sujeto. ¿Qué es la innovación? Es empezar con pluma y tinta, para pasar sucesivamente al bolígrafo, después a la máquina de escribir y al portátil. Haciendo esto, ¿he desarrollado mi destreza, he aprendido a escribir como Virgilio, Dante, Alessandro Manzoni, Eugenio Corti?”, plantea Fabrice Hadjadj. 

La cuestión es que se habla de inteligencia artificial en relación con la gestión de grandes cantidades de datos que superan las capacidades del cerebro humano. En este ámbito, el ordenador proporciona respuestas que se asemejan a un ejercicio de la inteligencia, pero no deja de ser una simulación: no lo hace recorriendo el camino del pensamiento o de la reflexión; detrás no hay el ejercicio de la inteligencia propiamente dicho.

Así, como explica este filósofo, lo específico de la inteligencia es abrirse a la realidad viendo en ella algo que te supera. Por eso a menudo desemboca en la maravilla (y, por lo tanto, en la alabanza) o en la consternación (y, por lo tanto, en la súplica). Ante la realidad, para el ordenador hay sólo datos que se intentan conectar mediante un algoritmo. Para el hombre, la realidad es sorpresa, pregunta, llamada. Y la inteligencia posibilita que te interpele y te pongas en movimiento para buscar y responder.

Ciertamente, la incapacidad de recurrir al pensamiento y de ordenar los sentimientos está a la orden del día. Y es evidente que la tecnologización anda detrás. Pero también es verdad que conviene no caer en la demagogia, pues, bien empleada, viene en nuestra ayuda. Yo no podría trabajar sin Internet ni ordenador.

 

La controversia, en todo caso, radica en si la persona la domina, y no al revés. Si nos proporciona cotas de libertad o nos las quita. Si nos aleja de la realidad o nos pone en relación con ella. Ver el universo en un documental con gafas virtuales es sugestivo, pero las estrellas interrogan si las miras de cara. No creo que haya habido ningún astrónomo al que no se le haya despertado su vocación al contemplarlas, tumbado en la hierba, una noche de verano. En fin. Temas más interesantes que copiar en un examen, ¿no creen?

Carola Minguet Civera.

Universidad Católica de Valencia.
 

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